He dudado mucho si el título de esta entrada es el correcto. No quisiera que nadie se ofendiera por ello. Soy un ferviente admirador de muchas personas que trabajan muy duro y con gran ilusión en ayudar a otros a resolver sus problemas movidos exclusivamente por el altruismo, la benevolencia o la caridad. La admiración y reconocimiento a esas personas no me impiden ver en la caridad una amenaza cierta.
Cruz Roja, Cáritas, el Banco de Alimentos y otras muchas organizaciones y movimientos sociales están desarrollando una muy considerable labor en la tarea de atender a necesidades perentorias (alimento, vestido, cobijo...). La dimensión que su actividad está adquiriendo en España es muy destacada. La centralidad que este tipo de acciones está ocupando en los medios de comunicación es muy relevante. El uso creciente que algunas empresas están haciendo de la sensibilidad social hacia este tipo de asuntos (maratones de solidaridad, campañas de recogida de juguetes y alimentos...) resulta inquietante. Y todo ello ocurre a la vez que el sistema de protección social se debilita. Los servicios sociales no solo no se refuerzan, que sería lo esperable dadas las circunstancias, sino que se debilitan. Se endurecen el acceso a las rentas básicas. Se suspenden programas de lucha contra la pobreza, marginación, exclusión...
Cuando surgen los servicios sociales (hace ya muchos años) se oficializa un discurso en el que se subrayaba el paso de una protección social basada en la beneficiencia - caridad a otra basada en los derechos sociales. Estos últimos parten de la idea de que todos debemos poder acceder a unos bienes básicos que nos garanticen el ejercicio de la libertad. Porque todos somos iguales es justo que todos podamos ser libres. Ello se convierte, por tanto, en un acto de justicia y no de benevolencia. Cuestión de creerse la igualdad.
Por otra parte, los derechos sociales, a diferencia de los civiles o políticos, son derechos prestación. Es decir, a través de la solidaridad comunitaria (representada por el Estado) se produce una redistribución de bienes. Los que tienen aportan al Estado y éste garantiza a todos unos bienes como son el acceso a la educación, sanidad, vivienda, renta, cuidados, apoyos en la adversidad... Así se transforma una atención generadora de humillación, estigmatización, que afrenta a la dignidad de la persona... por otra basada en el derecho, la justicia y la solidaridad gestionada por los poderes públicos.
Los datos apuntan a que los ricos cada vez son más ricos y pagan menos impuestos. Los precios del transporte de cercanías sube y los precios del AVE, bajan. La caridad sube y los servicios sociales bajan.
La desigualdad crece y se fortalece y los mecanismos que la limitan se debilitan. La amenaza se confirma cuando se hace a las organizaciones filantrópicas responsables de satisfacer las necesidades básicas de la población.
Pawla Kuczynskiego